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De lo Semiótico a lo Astral
por Patrice Guinard

-- traducción Angeles Rocamora --


Este texto, en su estado, aunque haya sido remodelado a partir de los capítulos 20, 21 y 22 de mi tesis doctoral (1993), seguía sin satisfacerme. Más que en otros quiero decir demasiadas cosas en pocas palabras. Este proceso que separa infaliblemente a los lectores apresurados e inútiles, tiene como efecto secundario el alejar también a algunos de los más pacientes. En mi defensa diré que, escribiendo estas líneas, he estado guiado no tanto por la ilusión de tratar superficialmente lo esencial, como por la preocupación de evitar lo insignificante. La astrología necesita de un nuevo epistema, es decir, de un tejido conceptual que condicione su espacio mental. Creo haber puesto algunos fundamentos.
 

1. Enfoque de la Ontología por la Armonía de los Ternarios
(y Crítica del pensamiento dualista)

"El objeto de la lógica, son las designaciones
o las calificaciones correctas."
(Marcel Granet: El pensamiento chino)

     De los tres modos onto-lógicos de Charles S. Peirce (Primeridad, Segundidad, Terceridad), se deducen las tres categorías de estados que yo he denominado Estados, Objetos y Signos. Me surgió leyendo y releyendo las variaciones continuas que Peirce ha elaborado para tratar de justificar su punto de vista, que la sola lógica no permitía fundar, la metafísica de inspiración medieval que él quiso resucitar con la ayuda de conceptos modernos: algunas consideraciones "psicológicas" se tornaban necesarias, como lo subrayó por su lado Paul Valéry. Así, las tres categorías de estados se definen en primer lugar por la relación que mantienen con la conciencia: cada tipo de estados resulta de un modo específico de relación con la conciencia. En particular, el mundo de los "objetos" no es para la conciencia el primer mundo, un mundo que sería dado anteriormente a la conciencia misma, sino un segundo mundo que no puede actualizarse más que como resistencia a un fondo previo que lo determina a ser lo que es, relativamente a ella.

     El concepto de Primeridad traduce lo que surgió en la indeterminación de su origen, la Segundidad lo que se manifiesta por reacción hacia alguna otra cosa, la Terceridad lo que se concluyó necesariamente de una mediación entre dos cosas. El estado psíquico traduce la capacidad del organismo de grabar espontáneamente las incitaciones del medio interior, de los cuales la parte dinámica está regida por los ciclos planetarios. Así, lo impresional anima toda transformación psíquica. El Objeto es afectado por el exterior: es el resultado de la capacidad del organismo de reaccionar ante los excitantes resultantes de su entorno. El Signo traduce la relación de lo interno con lo externo: es la resultante necesaria para la conciencia entre el estado incitador y el objeto excitador.

     La incitación astral estimula la representación mental; ésta no la crea. Es por ello, para los "símbolos", sobredeterminados por su historia cultural, que yo prefiero el término de symbolal, signo de aspiración indefinida que encuentra su sentido más allá de toda repetición semántica. Cada expresión auténtica del symbolal, marca su relación con lo indefinido, contrariamente a la utilización abusiva de los símbolos en el discurso común.

     Las representaciones mentales se elaboran por síntesis sucesivas, más o menos englobantes, entre obligaciones externas y necesidades internas. Una proposición significante es función de un estado y de un objeto. Del mismo modo, una representación mental R puede referirse a incitaciones (i o j) y a excitaciones (x o y) diferentes: R = f (i, x) = f (j, y). La ecuación significa: estar de acuerdo sobre los términos, pero no sobre los contenidos. R = f (i, x) y R' = f (i, y): lo que se expresa difiere porque las excitaciones externas difieren.

     R = f (i, x) y R'' = f (j, x): lo que se expresa difiere ya que en esta ocasión son las incitaciones o los estados de recepción interior, los que difieren. Como lo señala Nietzche: "Para entenderse no basta utilizar las mismas palabras: es necesario también emplear las mismas palabras para el mismo tipo de sentimientos, en suma, hay que compartir con otros una cierta experiencia." [1]

     La famosa "Querella de los Universales", que estalla en los siglos XI y XII, parece entroncada precisamente en razón del dualismo establecido entre las "palabras" y las "cosas". Para el nominalista estricto Jean Roscelin de Loches (~ 1050-1124), los universales, o ideas generales, sólo son palabras, emisiones de voz (flatus vocis), a los que nada corresponde en la realidad. Pierre Abélard (1079-1142) retoma esta idea afirmando que la universalidad de los géneros y de las especies, es una construcción del espíritu. Para Guillaume de Champeaux (~1070-1121) y para su alumno Gilbert de la Porrée (~1076-1154), los universales reagrupan seres que comparten una esencia común. [2]  Sin embargo, cabe "un nominalismo" que relacionaría también al signo con el objeto, como también "un realismo" que lo relacionaría igualmente al estado. La idea viva es un producto del espíritu, como quieren los nominalistas, pero ella es también mediación por el espíritu. Es así, que ella es "real" ya que remite siempre a una cierta relación entre la incitación interna y la excitación externa. No hay signo sin esta doble contribución, incluso si existen formas poco expresivas, resultantes de un aporte alterado del estado psíquico durante la elaboración de la representación.

Examinemos ahora 5 ternarios genéricos que traducen la tripartición de los estados:
- el ternario emanación / manifestación / representación
- el ternario esencia / existencia / apariencia
- el ternario posibilidad / actualidad / necesidad
- el ternario potencialización / experimentación / determinación
- el ternario trascendencia / disfrute / potencia

     La emanación, la manifestación y la representación son modos de aparición en la conciencia, respectivamente, del estado, del objeto y del signo. Lo que emana concierne a lo psíquico, a lo transpersonal. El término "emanación", igualmente usado en la filosofía neoplatonicista, tiene el sentido de procesión. En teología, éste designa el proceso de creación divina. Lo que se manifiesta concierne a lo físico, a lo concreto, a lo objetal. Corrientemente se emplea este término para designar la aparición de un fenómeno. En fin, lo que se representa, atañe a lo psico-mental, a lo verbal. "El mundo es mi representación", afirma Schopenhauer, una vista del entendimiento.

     Cada tipo de estado atañe a un principio formal. La esencia es el potencial indefinido del ser, en la fuente de todo fenómeno. Ésta no puede ser aprehendida por lo mental ya que subsiste siempre de este lado del fenómeno. La existencia puede ser aprehendida, pero no determinada, ya que se opone y resiste a toda tentativa de reducción. Es el hecho de ser, de ser algo más que nada, independientemente de toda mediación. La apariencia es el aspecto mediatizado del ser a la conciencia, en tanto que se determina a aparecer como esta cosa más que como aquella. La esencia atañe a lo incognoscible, la existencia a lo desconocido, la apariencia a lo conocido. Lo conocido es un simple punto sobre la línea de lo desconocido, y él mismo no es más que una banda en el espacio de lo incognoscible.

     A cada tipo de estado puede atribuirse un modo lógico. La posibilidad caracteriza lo que podría ser, incidentalmente, independientemente de toda manifestación. La actualidad caracteriza lo que está efectivamente presente, lo que se manifiesta de una manera u otra. La necesidad caracteriza lo que debe ser en razón de un imperativo. La posibilidad atañe a lo condicional, la actualidad a lo contingente, a lo circunstancial, la necesidad a lo imperativo. Los lógicos utilizan esta tripartición para caracterizar las modalidades del juicio: hipotético, categórico o apodíctico.

     Cada tipo de estado se relaciona a un principio funcional. La potencialización caracteriza el proceso de acumulación de los estados; la experimentación, el proceso de transformación de los objetos; la determinación, el proceso de atribución de los signos.

     Un "sentimiento" resulta del manejo de una u otra de las tres categorías del estado. La trascendencia (en el sentido de Karl Jaspers, no de Kant) resulta de una elevación del alma, tras una transformación psíquica. El disfrute resulta de una satisfacción del cuerpo, después de un contacto físico. La potencia resulta de una satisfacción de orden psico-mental, que traduce la maestría y la eficiencia del entendimiento.

     Uno de los primeros ternarios del pensamiento occidental, de origen egipcio, introducido por Platón bajo la forma de un relato mítico, diferencia los componentes de "el Alma del Mundo", primaria y preexistente al Universo o "Cuerpo del Mundo" (Platón insiste sobre este punto): "De la realidad indivisible y que siempre se conserva idéntica (lo Mismo), y de aquella que al contrario se expresa en el cuerpo, sujeta al devenir y divisible (el Otro), de estas dos, él (el Dios, el demiurgo) ha obtenido por medio de su mezcla una tercera forma, intermediaria, de realidad." [3]  Después el Dios ensambló armoniosamente estas tres formas de realidad a fin de crear lo Real.

     No parece que Platón haya permanecido siempre fiel a la concepción expuesta por el pitagórico Timeo de Locres. En efecto, la Idea platonicista reduce considerablemente el campo de lo posible y de lo incognoscible, rebajados a lo necesario y lo determinado, ya que ella formaliza, cristaliza y califica lo indeterminado bajo las modalidades de lo Bello, de lo Verdadero y del Bien, y reconduce el razonamiento a través de la dualidad que opone lo sensible a lo inteligible. Sin embargo, en el Parménides, el otro diálogo fundamental de Platón, éste niega ser el inventor y partidario de la teoría de las Ideas "platonicistas", e insiste sobre su carácter incognoscible: "Incognoscible pues será para nosotros, y lo Bello-en-sí en su esencia, y el Bien, y todos los atributos que nosotros concebimos, ¿no es cierto? como siendo Ideas-en sí." [4]

     Sabemos que la trinidad atraviesa y anima el pensamiento cristiano después de Pablo, el inventor del cristianismo: ella es divina y coextensible a la triple naturaleza del nombre (cuerpo, alma, espíritu), en el cual se ampara el gnóstico Valentin (~100-160) para imaginar la desigualdad frente a la redención: los hombres hileicos o somáticos serán condenados, los psíquicos son redimidos, los neumáticos o espirituales serán salvados. El capadocio Gregorio de Naziance (~330-390) impone la consustancialidad de las tres "personas" divinas, iguales en perfección. Del mismo modo lo hace Agustín: la naturaleza divina que se desarrolla igualmente en tres personas tiene su réplica en el alma humana, que es ser, inteligencia (o espíritu), y vida. Esta tripartición se parece extrañamente a la procesión de las hipóstasis imaginada por el neoplatonicista Plotín, el cual sufrió bastante, él mismo, la influencia del cristianismo. Encontramos ternarios, declinados bajo modalidades diversas, más o menos tributarias del dogma trinitario, en pensadores y teólogos tan diferentes como Porfirio, Proclus, Boecio, Damascius, Jean Scot Érigène, Tomás de Aquino, Raymundo Lulio, Jean Duns Scot, Nicolás de Cues, Marcilio Ficin, Heinrich Agrippa, Charles de Bovelles, Jakob Boehme...

     La mayor parte de estas tríadas están degeneradas (por emplear el término de Peirce): entiendo por ello que no respetan el orden de prelación ontológico. El neoplatonicista Jamblique (~250-325), es uno de los pocos que ha permanecido fiel al orden platonicista, incluso si en ello ha tenido que traicionar a su predecesor Plotín. El ternario de Jamblique es a la vez ontológico y genético: el Ser, que produce todo lo que existe, engendra la Vida, la cual procura, entre otras cosas, la capacidad de moverse; a su vez, la Vida engendra la Inteligencia, quien procura la capacidad de conocer y, a continuación, organiza todo lo que existe. Es probable que el sirio, muy influenciado ya por los Oráculos caldeos (~100 d. de C.), transmitidos por los Julián, padre e hijo, caldeos helenistas, se pudo inspirar en la famosa tríada cosmogónica sumeria: AN, la divinidad inaccesible, EN.LIL, el creador del mundo y la vida, y EN.KI el creador del género humano y de la civilización.

     Boecio (~475-524), el "último pensador romano", distingue tres clases de seres: los intelectivos (incorporales que existen o deberían existir fuera de la materia), los seres naturales (concretos y corporales), y los inteligibles (abstractos, concebibles por el pensamiento y ligados a los cuerpos). Nicolás de Cues (~1401-1464), el precursor de la metafísica germánica, postula la existencia del Triple Infinito: "Dios" como infinita unidad (absoluta e indivisible en su inmanencia supra-intelectual), "el universo" como infinita igualdad (segunda, material, coextensiva a la primera), y "el hombre" como infinita conexión (tercera, intelectual y que da el último toque a la creación por medio del pensamiento).

     A partir de Descartes, la triple naturaleza de lo real y la determinación ternaria de los juicios ontológicos, incluso bajo sus formas degeneradas, son mal consideradas. La distinción entre alma (en alemán Seele, en inglés soul) y espíritu (en alemán Geist, en inglés mind), se oscurece hasta el punto de desaparecer. Por consiguiente, el ternario ontológico se desvanece en el dualismo. No es que se sepa lo que es de forma precisa la materia y lo que es el espíritu: la primera está concebida por su diferencia con respecto al segundo, el cual es él mismo, aprehendido como estado de lo que aquella no es. De aquí la antinomia de las sustancias en Descartes, el pensamiento y la extensión que vuelve accesorio e inoperante al primer polo del ternario, "Dios", eliminado esta vez a sabiendas, en el dualismo "intra-natural" de Spinoza, representado por la fórmula Deus sive Natura ("Dios o incluso la Naturaleza"). La Sustancia, "naturaleza naturante", constituida por una infinidad de atributos (sus propiedades naturales), se opone a la "naturaleza naturada" que es el conjunto de los modos (modificaciones, afecciones externas) de los atributos de la Sustancia.

     Así, "la estética trascendental" de Kant que opone el noúmeno (la cosa en sí misma, en alemán Ding an sich), realidad supra-sensible de naturaleza incognoscible, que marca los límites de nuestra facultad de conocimiento, al fenómeno (Erscheinung), que es la realidad tal y como aparece ante nosotros y que permanece inseparable de su representación empírica. Que lo "trascendental" regenere lo empírico, no implica que el fenómeno escape a la influencia de la representación. Así el formalismo de Hegel, para quien el Espíritu piensa sucesivamente los marcos de su pensamiento (la lógica), las manifestaciones de lo real (la naturaleza), y los productos de su propia actividad (la historia). Lo en-sí (an sich) retorna finalmente a sí (in sich), lo que presupone la racionalidad total de lo real y la identidad del Ser y del Pensamiento.

     Henos aquí de vuelta al año 425 d. de C.: Platón nacía cuando Parménides el Eleata proclamaba la identidad del Ser y del Pensamiento, de la esencia y de la intelección, del objeto del pensar y del acto de pensar, idea pesada con consecuencias para el futuro de la filosofía. En efecto, que se oponga la esencia a la existencia-apariencia (Kant), la apariencia a la esencia-existencia (Spinoza), o incluso la existencia a la esencia-apariencia (Hegel), el resultado es "dualístico" y la tríada es subsumida bajo antinomias que excluyen todo cuestionamiento de un tercero. [5]  Todo ocurre como si el razonamiento no pudiera funcionar sin la evicción de uno de los polos del ternario. Síntoma del control de la idiosincrasia jurídico-política sobre la reflexión filosófica, ¿o simplemente, incapacidad a tener en cuenta de la interioridad? Es por ello que sólo hay tres tipos de pensadores: los que sólo saben contar hasta 2, que son los más numerosos, los que no han aprendido nunca a contar, los "artistas", y en fin, los raros que saben contar, comenzando por Pitágoras y Platón.

     Recordemos que para escapar al dualismo, Jamblique sustituyó la identificación por las Ideas, etapa necesaria según Plotín para llegar a la fusión del alma humana con el Uno, el cumplimiento teúrgico en tanto que acción inefable que supera toda intelección. Por otro lado, él criticó la jerarquía truncada de los hipostásicos de Plotín, y comprende, a semejanza de los "místicos", que hay que pasar por el Cuerpo para alcanzar lo Inefable. Es que la razón analítica, último retoño de la evolución de la conciencia, se atribuye ella misma, privilegios desorbitantes. De ello se deriva una revisión del orden de procesión de los principios ontológicos: el Ser primero, indeterminado, después la Vida, al fin la Inteligencia.

     Así, se perfilan sucesivamente tres órdenes en el seno de lo real: el mundo insondable, existente por sí mismo, origen inimaginable de todo lo que es; el mundo natural, manifestado, en estrecha dependencia con el primero; el mundo social, resultado de su "conexión" (Nicolás de Cues) con los otros dos. Cercanos a los tres universos lógicos de Peirce, estos mundos recuerdan aún al ternario de los chinos (el Cielo, la Tierra, el Hombre), o a los mundos celeste, elemental (o elementario) y el intelectual de Agripa de Nettesheim, o también a los mundos metafísico, físico y lógico de Giordano Bruno. [6]

     Como lo subrayó Proclos, el ilustre sucesor de Jamblique: "Todo está en todo, pero en cada uno bajo su mundo propio". [7]  De ello se deduce que la naturaleza humana pertenece simultáneamente a los tres órdenes de lo real, en tanto que Alma, Cuerpo y Espíritu, componentes respectivos de estos tres órdenes. Metafóricamente, el Cielo es el Alma pura, mónada esencial y absoluta; la Tierra es Alma y Cuerpo, díada "sub-esencial", reservorio de vida que lo nutre todo; el Hombre es Alma, Cuerpo y Espíritu. Él sufre, siente, es; él vive, se mueve, actúa y reacciona; piensa, razona, concibe.

     La psicología experimental, en sus últimos avatares cibernéticos y maquinistas, ignorante del primer polo del ternario, desemboca en una explicación dualista que tiende a anular las diferencias de funcionamiento entre el cerebro humano y los autómatas de "la inteligencia" artificial. Así, se preparan en los laboratorios industriales de las fábricas tecnológicas los modos de vida del futuro, con el chip sucedáneo del cerebro: un mundo de infra-hombres, facticios, irresponsables, clonados, dóciles, serviles, prêt-à-manipular.". [*] 

    Es de la relación entre el estado incitador y el objeto excitador, de la separación entre la aspiración y la experiencia, y finalmente del desequilibrio permanente del organismo, que pueden nacer las tres formas de modificaciones orgánicas, inmediata, simplemente reactiva o mediata, que traducen la emoción, la acción y la conceptualización: la emoción es repercusión de lo que en el objeto se asemeja al estado; la acción (de la cual la "palabra" no es más que un caso particular) realiza lo que en el estado parece conformarse al objeto; la conceptualización coordena lo que se equilibra en la relación del estado con el objeto.

     El gesto es a la vez emoción, acción y conceptualización, "acto puro", psíquico, físico y mental. En la conciencia, éste aparece como sentimiento, acontecimiento y juicio conjuntos. Paradójicamente, es por el cumplimiento del gesto, específico, singular, cuasi-obligado aunque imprevisible, liberado del peso de la costumbre y de las convenciones, resultante perfectamente adecuada de lo que reclama el momento y de lo que ofrece el medio, que el Ser transpersonal se manifiesta en su libertad y en su necesidad. "Yo olvidaría aún menos que, hasta hoy, las dos horas de mi vida en las que yo fui el más animado, el menos descontento de mí mismo, el menos alejado del embriagamiento de la felicidad, han sido las que, calado por el frío, consumido por los esfuerzos, consumido de necesidad, empujado algunas veces de precipicios en precipicios antes de percibirlos, y saliendo vivo sólo que con sorpresa, yo me decía simplemente en mi arrogancia sin testigos: En este minuto aún, yo quiero lo que debo, yo hago lo que quiero." [8]
 

2. El Ser la Tríada

"Ya que en todo mundo resplandece una tríada, que una mónada dirige."
(Oráculo caldeo 27)

     Cuando Platón se pregunta en El Sofista sobre lo que diferencia el Ser del No-Ser, choca con la polisemia del término ser: "El no-ser no puede ser atribuido a cualquier ser. (...) Cada vez que empleamos este término 'algo', lo aplicamos a un ser." Yendo más lejos aún: "Al ser se le puede, imagino, adjuntar algún otro ser. (...) Pero al no-ser, ¿diríamos que jamás sería posible adjuntarle algún ser?" En fin: "Puesto que después de haber planteado en principio que el no-ser no debe de participar ni de la unidad ni de la pluralidad, yo he dicho con ello antes, y lo repito aún ahora, que es uno; ya que digo el no-ser." [9]  En efecto, cuando afirmo que algo es, yo hago un juicio que concierne a la existencia de esta cosa. Pero cuando digo que es rosa o puntiaguda, yo le atribuyo la "cualidad" de ser esto o aquello, dicho de otro modo, realizo un juicio sobre la naturaleza de esta cosa. En fin, cuando digo que el "no-ser" es inconcebible, o que un pájaro es un mamífero de plumas, enuncio en esta ocasión un juicio formal de identidad: lo que nombro como mamífero de plumas es también lo que, por otro lado, yo nombro pájaro.

     El Ser es el concepto mayor del proceso de identificación propio del lenguaje en general, y de la reflexión filosófica en particular. Esta entidad unificadora, característica de las lenguas indoeuropeas, es también la ocasión, para el sofista, de fabricar simulacros de pensamiento y para crear efectos artificiales de sentido y de no-sentido. Es decir que la ontología (la reflexión sobre el ser) ¿es primero, según Tales de Mileto, la aventura de las argucias y de las derivas ocasionadas por la estupefacción de la mente confrontada al ser y a sus diversas acepciones? Pero para Heidegger, la modernidad nos precipita en el olvido del Ser y en la ignorancia de la "diferencia ontológica", es decir, de la diferencia entre los estados que existen y el Ser (del que el absoluto divino sólo es un ídolo entre otros muchos), que permite existir a los estados.

     Edificante, la conclusión del Parménides (en la excelente traducción de Émile Chambry) puede ser la última palabra de Platón para aquellos que creerán haberlo entendido demasiado rápido, y también para aquellos que son remunerados por enseñar, como los sofistas, precisamente lo contrario de lo que debería ser: "Bien sea que el uno existe, bien que no exista, él y las otras cosas, relativamente a ellos mismos y los unos (relativamente) a los otros, son absolutamente todo y no lo son, parecen todo y no lo parecen." [10]  Así, más allá de lo que se ha podido denominar el escepticismo de la última filosofía de Platón, es afirmada, en el mismo corazón de una negación que ha querido hacerse sistemática, la presencia luminosa de la tríada, visible a los que saben leer, de la triple modalidad del Ser o de lo Real.

     La ontología ha sido anteriormente presentada por medio de una taxinomia de lo real a tres bandas: el Ser es la tríada-arquetipo de una pluralidad indefinida de ternarios relativos al ser. Dicho de otro modo: sólo hay una tríada declinada según diversas perspectivas, que se desvela bajo la forma de ternarios. Ella es el argumento último de toda diferenciación intrínseca del estado. Ella es para sí y en sí. A la vez inmanente y transcendente a la conciencia, ella existe en cada uno según su ser propio. Desde un punto de vista "genealógico", el tercer término es una resultante de los dos primeros; desde un punto de vista "estructural", los tres términos están co-presentes.

     Sin embargo, todo dispositivo tripartito no adquiere de hecho el estatus de ternario, ya que un ternario necesita de su incorporación, en un modo u otro, a la tríada-arquetipo. El polo negativo de cada término es exterior al ternario, el cual, no está compuesto más que de "cualidades" positivas, ligadas a través de una perspectiva semántica específica. Un ternario no es una mónada dialectalizada y además "re-combinada" al modo de Hegel: es dinámica en sí misma y posee tres polos positivos coexistentes. Un ternario se impone en la conciencia por medio de la razón matricial: no puede ser deducida, ni inducida. La Tríada es un guardián contra el ergotismo de los discursos dualistas con sus cuatro procedimientos: la ocultación de uno de los polos, el abatimiento de un polo sobre uno de los otros dos, la constitución de un polo fantoche en el seno de un ensamblaje tripolar, en fin, la inversión de la jerarquía de los polos. Para Jacques Lacan, el inconsciente está "estructurado como un lenguaje", es decir, rebajado al Significante y codificado por el medio socio cultural a través del "discurso del otro": teoría hecha al reflejo de la idiosincrasia europea consagrada a la apología de la "representación". En general, es la Primeidad la que está excluida del discurso contemporáneo, lo que significa el empobrecimiento de la conciencia por la supresión de su relación con lo indecible y por una política simplista del "tercero-excluido" desembocando en la miseria de nuestros lenguajes binarizados.

     Pongamos un ejemplo preciso en la filosofía reciente: el de Cornelio Castoriadis, nacido el 11 de marzo de 1922 en Constantinopla, y fallecido en París, el 26 de diciembre de 1997, fiel a sus ideas. Co-fundador en 1949 del movimiento Socialismo o Barbarie, permanece crítico sobre la evolución de la modernidad: "Existe un vínculo intrínseco entre esta especie de nulidad de la política, este devenir nulo de la política y esta insignificancia en los demás terrenos, en las artes, en la filosofía o en la literatura. Es éste el espíritu de estos tiempos. Todo conspira para extender la insignificancia. (...) SE ha hablado de una suerte de terrorismo del pensamiento único, es decir, un no-pensamiento. Es único en el sentido que éste es el primer pensamiento que sería un no-pensamiento integral. Pensamiento único liberal al que nadie puede oponerse." [11]

     En su obra principal, La institución imaginaria de la sociedad, Castoriadis preconiza un ternario social (simbólico, funcional, imaginario), para explicar la impregnación social de la psique individual y colectiva. Signos y objetos se actualizan en una práctica social: en un decir social (del griego legein: representación, determinación, localización, designación) y en un hacer social del griego teukhein: fabricación, construcción, ajuste). Este "simbólico" y este funcional sólo existen por medio de su enraizamiento en un imaginario, por naturaleza no asignado y más o menos indeterminado, ya que toda representación sólo recubre parcialmente su objeto (lo que supone que se integra en cambio en alguna parte de este imaginario social). "Lo imaginario del que yo hablo no es imagen de. Es creación incesante y esencialmente indeterminada (social-histórica y psíquica) de figuras/formas/imágenes, a partir de las cuales sólo puede ser cuestión de 'algo'." [12]  El imaginario social de Castoriadis difiere del inconsciente colectivo de Jung en el sentido que éste no abraza ningún "modelo", no se une con ningún arquetipo, en que permanece totalmente aleatorio, incluso si es atravesado por las marcas que lo social ha inscrito en él. El inconsciente permanece como el producto contingente de una imaginación radical que figura aquí como una suerte de deus ex machina.

     Como Castoriadis a propósito lo apunta, la psique es la condición sine qua non de la actividad humana y de sus empresas de formalización: "El flujo representativo de la psique continúa haya o no haya 'estimulación exterior'." [13]  Por consecuencia: "No hay percepción si no hay flujo representativo independiente, en un sentido, de la percepción. Un sujeto que no tuviera más que la percepción, no tendría ninguna percepción: estaría totalmente atrapado por las 'cosas', aplastado por ellas, estrellado contra el mundo (...) Lo imaginario -como imaginario social y como imaginación de la psique- es condición lógica y ontológica de lo 'real'." [14]  Sin embargo, Castoriadis no es platonicista, sino más bien aristotélico y freudiano. Su ocasionalismo social ha reemplazado la causa divina por una causa aleatoria, de origen socio cultural. De ello se deduce que su noción de psique evacua la cuestión de saber si preexisten en ella formas más o menos variables pero limitadas en número, de las que podría depender. "Es por lo que lo 'real' se anuncia en la psique, la 'impresión' (Eindruck, por utilizar el término kantiano), no se convierte en elemento de una representación más que en función de una elaboración psíquica que puede producir, según los sujetos y los momentos, los resultados más diferentes y los más inesperados." [15]

     De ello se deduce un triple origen de la emergencia de las representaciones: "real" (presencia actual de una percepción), ideal o racional (presencia de palabras, depósito de representaciones mentales anteriores) e imaginario (presencia indefinida), las cuales concuerdan con los principios de realidad, de racionalidad y de placer. [16]  Esta sociabilización de la psique, que Castoriadis hereda de Freud, elimina por otro lado la cuestión de las diferencias individuales en el seno de una colectividad. Así, el ternario social está degenerado, en el sentido que el primer término está rebajado sobre un campo que no pertenece en sí a lo incognoscible, sino más bien a lo aleatorio, por otro lado, más o menos conocido. El primer término del ternario, socializado, priva a la psique de un poder que ésta sacaría verdaderamente de sí misma, y no de un magma colectivo del que no se sabe en absoluto cuáles son sus fuentes de recursos. Es la representación mental por nueva que sea, la que pasa, forzosamente, por lo social. Toda creación original necesita de un enraizamiento a partir de un fondo inalienable. Parece pues, que la teoría de Castoriadis es mucho menos optimista que la de Malebranche, y poco importa que éste último llame "Dios" a lo que atañe a esas fuentes. Así, Castoriadis permanece cercano a Lacan, y no veo, bajo esta óptica, la posibilidad de escapar a la nulidad anteriormente mencionada, si ésta se inscribe invariablemente en caracteres apoyados y repetitivos, en la textura de nuestro "imaginario social".

     Se ha dicho y repetido tras Freud, que el deseo está alienado, reprimido, comprimido en el seno del mundo social: el objeto de deseo es reemplazado por simulacros, por sustitutos. Ahora bien, el término latino desiderium, de sidus, astro, significa "ausencia de un astro". Desear es lamentar la ausencia de algo que se ha conocido ya, externo a la conciencia, que sería "el objeto" a desear, más o menos valorado por el medio social y que concordaría con un supuesto "principio de lo real". El deseo es interno: es deseo de Si. "En la realidad psíquica todos los deseos son no realizables sino siempre realizados. (...) La psique es su propio objeto perdido." [17]  No es pues "el objeto" lo que es deseado, sino la relación del estado con el objeto, o incluso, el estado que el deseo identifica con el objeto; y corresponde a la filosofía estoicista el haber trabajado para deshacer esta identificación, esta relación contingente en parte socializada.

     Epícteto, el filósofo liberado, comprendió que la fuerza del alma reside en la inalienabilidad de la libertad interior. Así, la justa adecuación a su propio ser siempre es considerable, incluso y precisamente si ésta es sufrimiento. Ella se manifiesta como respuesta global, orgánica, a una situación externa e interna. Si una excitación externa corresponde a una incitación interna, es que una representación mental las coordina. El signo, resultante de esta mediación, designa este objeto como el estado más adecuado para este estado. En cuanto a la constancia de una representación mental, ésta se deduce de la intensificación del vínculo que une el objeto con el estado, de su "enredamiento" por la repetición y la costumbre. Maine de Biran trató este problema. Pero si la representación se encuentra desplazada en relación con la situación, es la que aspiración ha cambiado, incluso si el objeto de experiencia es el mismo, y estupefactos descubrimos, por ejemplo, que la que hemos creído amar, a menudo, ya no la amamos más. [18]

     Los tres tipos de estados son interdependientes, y cada uno genera "aperturas" para los otros dos: bajo la influencia de la aspiración el objeto llega a ser virtual y el signo, simbolal; bajo la influencia de la experiencia, el estado se convierte en afectal y el signo en indical; bajo la influencia de la costumbre, el estado llega a ser disposicional y el objeto, formal. La totalidad de lo que está bajo el modo que sea, designado de otro modo como lo Real, es ternario: no habita más en el objeto que en el estado o el signo, pero reside en su frontera común. El carácter según el cual ese real se manifiesta en la conciencia que busca conocerlo, es luminosidad, positividad o racionalidad, según sea que se ha aprehendido de forma inspirada, experimental o razonada. Platón insiste sobre los límites de la experiencia y de la razón humana, incapaces por sí solas de alcanzar la verdad de lo real. Es por ello que, para remediar estas insuficiencias y esta invalidez, el hombre ha sido dotado del poder de "adivinación". [19]

     Además, preexisten a la operación mediatriz afinidades entre lo psíquico y lo objetal: entre la señal planetaria Mercurio y el impresional mercurial, el simbolal "Mercurio" tiene como función marcar la resonancia. Más generalmente, un estado dado predispone a aprehender un objeto particular en un contexto dado, y la representación, "comprensiva" (Zenon y Cittium) que se deduce, tiene como función subrayar su adecuación. Así, se designa el isomorfismo entre los tres planes de lo real, a la vez interiores y exteriores a la conciencia. Y la Tríada atraviesa la astrología como ésta lo hace en todos los demás campos, según la perspectiva que le es propia, para dejar subsistir lo que Jakopb Boehme ha llamado el mysterium magnum: el misterio de tres en uno.
 

3. Infraestructura de la Psique

"El lenguaje y los prejuicios sobre los que reposa el lenguaje
aportan múltiples obstáculos en la profundización
de los fenómenos internos y de los instintos."
(Nietzsche: Aurora)

     Es necesario que haya en nosotros un universo previo, un fondo, para que puedan concretizarse las imágenes del mundo que nos rodea y abstraer las representaciones mentales. Tiene que haber un impensado, un a pensar, en la fuente de todo pensamiento. La interioridad, de la que teología cristiana ha hecho su caballo de batalla sabiendo perfectamente, al menos en la época de Orígenes, que todos los dioses paganos eran ya ellos también, dioses interiores, la interioridad pues, condición necesaria a toda dinámica psico-mental, designa, no por una relación imaginaria con una entidad trascendente, sino la pluralidad de las emanaciones sutiles de la energía psíquica, estos fenómenos preliminares, estos "datos inmediatos" del alma, en resumen, los impresionales, que son las fuerzas de variación indefinida y de inervación continua de la psique. Estas son las verdaderas causas ocasionales de Malebranche, las marcas evanescentes de la presencia del organismo en sí mismo, de su condición interna.

     Lo impresional es una orientación interna del organismo, no previsible, ni incluso aprehensible, inconsciente (en el sentido de Leibniz), pero susceptible de ser sentido con las reservas de su extrema fugacidad. Pertenece al fondo indeterminado de la psique, al campo indefinido a partir del cual podrá inscribirse todo fenómeno perceptivo o aperceptivo. Leibniz insiste en la existencia de una infinidad de pequeñas percepciones internas, confusas, inconscientes, "insensibles", "imperceptibles", de las que el alma está continuamente impregnada. Estas impresiones tienen consecuencias inmediatas en nuestras acciones, e ignorarlas es engañarse sobre el alcance de nuestra libertad. Leibniz añade, retomando una fórmula que se ha vuelto célebre por los debates astrológicos: "Estas impresiones inclinan sin obligar". [20]

     La indeterminación de las impresiones psíquicas-astrales es relativa al modo de ser del pensamiento, a la Terceidad de Peirce, lo que significa que estos conductores de la energía psíquica que escapan a una aprehensión directa por la conciencia, pueden, sin embargo, estar subordinados a ciertas reglas de distribución. Dicho de otro modo, estas orientaciones iniciales de la psique, estas modificaciones preliminares de la conciencia se reparten en diversas clases según las modalidades específicas, en la medida en la que hacen aparecer en la conciencia, trazos que lo in-forman. Diversas líneas de fuerza trabajan la materia psíquica -si pensamos en la metáfora de Kepler, las de los hilos que ciñen la calabaza- previamente a toda determinación psico-mental.

     Que la psique tenga zonas de intensidad diferenciadas de las que emana preferentemente, en un momento dado, tal o cual forma impresional, que incita a tal modalidad perceptiva, a tal tonalidad de humor o a tal forma expresiva, no implica por tanto que soporte el peso de la determinación. No se le ha dado ninguna significación específica a estos vectores de diferenciación. Lo psíquico-astral no funciona como deformación de lo objetal o como espejo de lo mental: es su propio universo y genera su propia "economía".

     Para Freud, el inconsciente es portador de determinaciones significantes: el sueño es un jeroglífico a descifrar. [21]  El inconsciente sería intencional, como lo es la conciencia para Husserl, en la misma época; éste buscaría abrirse camino a través de un pasaje hacia la conciencia: "¡Que pueda un día el intelecto (...) acceder a la dictadura de la vida psíquica de los humanos!" [22]  El inconsciente estaría constituido por residuos que, como consecuencia de la represión, escaparían aún a la toma de conciencia. Así, el Tauro Freud, permanece muy cercano de Johann Herbart (1776-1841), sucesor de Kant en la cátedra de filosofía de la universidad de Königsberg, otro Tauro, que presuponía la asimilación de lo psíquico a lo mental a través del conflicto permanente y dinámico de las representaciones: fusión y reproducción de las representaciones "homogéneas", represión de las representaciones situadas por encima de un cierto umbral de conciencia ante representaciones más fuertes.

     El freudismo presupone la finalidad consciente del inconsciente, y su transparencia en el código socio-cultural. El potencial psíquico está enteramente subordinado a lo mental. Las prácticas psicoanalíticas freudianas, y después lacanianas, aferradas al discurso (sea el de un inconsciente al que hacemos hablar) y a la pretendida "palabra del otro", rebajan el potencial psíquico en tablas, parrillas y códigos obtenidos del consenso socio cultural, y hacen parlotear al paciente que ganaría si se buscase en el silencio. En ciertas disciplinas orientales como el yoga, se trata bien al contrario de meditar, de abstraerse del mundo exterior, de interrumpir el diálogo mental que cada uno mantiene consigo mismo, de liberarse de la constante agitación de la mente, y finalmente, de "parar-el-mundo" y de poner fin a su "parloteo interior" como lo llama Castaneda. Cada cultura contiene sus insoportables bobadas, pero el occidental, obsesionado en poner parches al individuo sobre el muro de sus propias obsesiones, se revela ciertamente más impotente que otros para reconocer y alentar la alteridad.

     Yo sostengo que el psiquismo es portador de una vida que le es propia, y que contiene anti-proyectos. Son las operaciones mentales las que rebajan lo inconsciente por lo consciente, y lo desenraizan de su esfera de florecimiento, de su atmósfera. El inconsciente no es el vertedero de la represión, sino el campo de aprehensión de incidencias pre-ceptivas. Es positivamente activo, independientemente de los acontecimientos factuales y de las transformaciones ulteriores del trabajo mental. Es tarea de la economía general de la psique, cumplir o no, en tal momento, las conexiones perceptivas y aperceptivas.

     Los operadores astrológicos rinden cuentas diferencialmente del movimiento incesante y necesariamente "grabado", de los impresionales, de esta circulación interna preliminar "de la que no nos damos cuenta porque las impresiones son o demasiado pequeñas y en demasiado gran número, o demasiado unidas, de tal suerte que no tienen nada bastante distinguible aparte." [23]  De la hipótesis de la "creación continuada" emitida por Descartes [24] , Malebranche ve aquí no sólo una justificación del movimiento de los cuerpos, sino también inclinaciones del alma. Las "criaturas" serían ellas mismas las "causas ocasionales" del desencadenamiento permanente de la acción creativa divina, reglada por leyes rigurosas, pero propias a cada una: "Una causa natural no es pues, una causa real y verdadera, sino solamente una causa ocasional, y que determina al Autor de la naturaleza a actuar de tal o cual manera, en tal o cual encuentro. (...) Todas la fuerzas de la naturaleza no son pues, más que la voluntad de Dios siempre eficaz." [25]  La acción permanente de "Dios" sobre el alma humana explica el surgimiento incesante de estados variables, injustificables por la acción de los solos factores externos, ya sean naturales o culturales. El creador sostiene continuamente a sus criaturas por influjos repetidos: le es imposible suspender sus efectos.

     En realidad, esta "impronta divina" sólo se ejerce por la intermediación de las famosas "causas segundas" de la filosofía árabe, los operadores planetarios que vehiculan la impregnación de los influjos de la psique. El contacto es tanto más marcado, y la escucha del Sí mismo es tanto más fácil, cuanto más nos alejamos de las operaciones que la mente y de las relaciones sensitivas con el mundo exterior. El estado es tanto más vivo cuando es mantenido a distancia de toda determinación mental. El hombre moderno ha perdido la costumbre de dejar su "inconsciente" decidir lo que es bueno para él; no cesa de parasitarlo por un intelecto que se cree más listo, incluso cuando está perfectamente desamparado. Dejar las cosas actuar en sí: es el primer principio de la salud de la conciencia.

     "El afecto simple" de Maine de Biran, es independiente de todo acto de percepción o de conocimiento. "La atmósfera vital" (Maine de Biran) que se deduce, es la condición necesaria para el bien-estar orgánico. Solamente después, en un segundo "tiempo", es posible reconocer que hemos podido o no, ser "felices". Así, se manifiesta una vida íntima, indefinida, más o menos accesible por introspección, y a la que damos muy a menudo explicaciones morales e ideales más o menos fantasiosas. Puesto que las trazas fugitivas dejadas en la conciencia por los flujos de los impresionales, no deben ser confundidas con las manifestaciones psico-mentales que les suceden. Maine de Biran, el sucesor de Leibniz, uno de los cuatro o cinco mayores filósofos del pensamiento francés, cuya obra es poco reeditada, poco difundida y poco comprendida, no ha cesado, en el transcurso de su vida, de ir a la busca y captura sistemáticamente de las manifestaciones de esta primera vida, íntima, y de intentar de dar cuentas de ello metódicamente si no "científicamente". Desde entonces, si el astrólogo debiera apoyarse en una materia extraña a fin de hacer entender a la conciencia escéptica lo que son los operadores astrológicos, nadie duda que debería hacerlo primero a partir de la obra de este pensador-psicólogo.

     La multiplicidad inestable de los impresionales, substrato de la infraestructura psíquica, debe ser distinguida de las otras dos formas de estados: los afectales (estados de experiencia, producidos por una tensión, una resistencia, sea de naturaleza externa o interna) y los disposicionales (estados de costumbre, productos de una cristalización, estabilizados por la frecuencia de representaciones mentales más o menos constantes, salidos del medio ambiente o de sí mismo). Los disposicionales son "implexos" (Valéry) resultado de una mediación entre estados más o menos recurrentes y de las situaciones más o menos parecidas; marcan una continuidad en el seno de la psique. La pulsión es un estado en tanto que indica una resistencia interna; marca la frontera entre el psiquismo y lo somático, y como lo apunta Freud, la "medida de la exigencia del trabajo que es impuesto a lo psíquico como consecuencia de su conexión con lo corporal." [26]  Impresionales "inconscientes", afectales "subconscientes" y disposicionales "conscientes", son en ellos mismos posibles. Cuando se reúnen para formar un conjunto teniendo más o menos la misma orientación, dan nacimiento a los "apetitos" comúnmente llamados deseo (para los impresionales), necesidad (para los afectales), y motivación (para los disposicionales).
 

4. El Sí mismo psíquico

"Und so lang du das nicht hast,
Dieses: Stirb und werde,
Bist du nur ein trüber Gast
Auf der dunklen Erde."
(Goethe: Westöstlicher Diwan)

     El sistema psíquico está constituido por tres capas sucesivas: Sí mismo, Yo, y yo. [27]  El Sí mismo es incesantemente nutrido e inervado por fenómenos inconscientes que escapan a toda tentativa de determinación. Es presencia interna. El estado psíquico puro, exento de toda relación con el objeto, es imperceptible: es una modificación interna del organismo, inalcanzable tanto para la percepción sensorial como para la atención mental. El Sí mismo, en tanto que pluralidad "inconsciente", encierra la totalidad inmanente de estos estados.

     El Sí mismo se vuelve al exterior. Se construye por las relaciones subconscientes que mantiene con la realidad exterior, por la resistencia que el medio ambiente produce en la psique, por su sensibilización con el conjunto de las modificaciones que afectan la psique. Así, toda relación no mediatizada entre un estado y un objeto, perturba el equilibrio psíquico y produce percepciones que afectan al organismo. El Sí mismo es la región de la psique que, afectada por su relación con lo que le es externo, tiene por función restaurar el equilibrio psíquico.

     El "yo" se edifica por un retorno a sí mismo a través de sus relaciones mediatizadas entre estados y objetos. Así, la percepción crea representaciones mentales por la deducción de una relación hecha consciente entre el estado interno y la modificación resultante del medio. Parte emergida del iceberg psíquico, el "yo" es toma de consciencia, continuidad, unidad, estabilidad, identidad en sí mismo.

     Cada una de estas partes constitutivas se construye según el modo que le caracteriza: el Sí mismo, receptor psíquico, atañe a la aspiración; el Sí mismo, actor "psico-somático", atañe a la experiencia; el yo, organizador psico-mental, atañe a la costumbre. El Sí mismo, instancia de interioridad, es múltiple, imperceptible, atravesado por flujos incesantes; el Yo, dual, interactúa con el mundo en el que participa; el yo, identitario, se individualiza en tanto que entidad autónoma. En cada grado de cohesión de la psique (o de la consciencia en el amplio sentido de la palabra), Si mismo, Yo, o yo, corresponde a un modo de acción específica: al Sí mismo la intención (en el sentido de Castaneda, no en el de Husserl), estado más que acción, de disponibilidad de la conciencia, de atención activa-pasiva a lo que puede nacer en si mismo, independientemente de lo manifestado; al Yo la realización, que es el resultado de una reacción tangible al medio que lo rodea; al yo la suposición, creación incesante de representaciones mentales y último reequilibramiento en vistas de una unidad.

     El Sí mismo es pues, una encrucijada de incidencias en permanente efervescencia. Está constituido por fuerzas psíquicas evanescentes, indeterminadas. Es una orquesta con músicos innombrables que, unos tras otros, según ritmos indefinidos, se convierten en el director pasándose la batuta que llaman Sí mismo o yo. No es necesario escoger entre estas diversas fuerzas, ni elegir la que tomará la dirección: ellas mismas se organizan, se subordinan naturalmente, se solicitan mútuamente, según las posibilidades del momento y las necesidades de la situación existencial. Cuando un manojo de estas fuerzas toma el ascendente sobre los otros hasta el punto de subordinarlo de manera constante y repetida, se forma lo que se podría llamar según Nietzsche, un instinto, el cual se manifiesta a través de la "voluntad de poder", es decir, la tendencia a la expansión y al pleno desarrollo de este instinto.

     En realidad, la autenticidad del Sí mismo sólo reside en la variación temporal, cuya dinámica operada por los tránsitos planetarios, comenzando por los tránsitos diarios, marca las transformaciones y las recurrencias. Se trata pues, de encarnar las diversas tendencias psíquicas, proporcionalmente a su importancia temporal en la economía general de la psique. Así, "ser sí mismo" consiste en desarrollar las tendencias principales, salvaguardar las tendencias secundarias, y adquirir las tendencias improbables. Puesto que la economía de la carta natal muestra que existen, por ejemplo, a nivel planetario, funciones dominantes, funciones secundarias bastante fuertes pero a menudo "cortadas" por las primeras, y funciones menores.

     Se trata pues, de abrazar estos flujos sin dejarse subyugar por las sirenas psico-mentales, sea cual sea su origen. "Seguir natura" como lo subraya Montaigne según los estoicistas: "Yo he tomado, como dije en otro lado, muy simplemente y crudamente en mi opinión, este precepto antiguo: que no sabríamos faltar a seguir la natura, que el soberano precepto es el de conformarse a ella. No he corregido como Sócrates por fuerza de la razón, mis complexiones naturales, y no he enturbiado en absoluto mi inclinación por medio de mi arte. Yo me dejo llevar, como he venido, no combato nada." [28]  La constitución del yo sólo es posible por medio de un proceso de discriminación por el que la dinámica del Sí mismo se encuentra bloqueado por representaciones paralizadas. Se distinguen diversos modos de formación del yo: por la voluntad de ser algo de específico y de ejercerse aquí, por la identificación con un rol específico sugerido y valorado por solicitaciones externas, o incluso por los prolongamientos de un vínculo específico habiendo impreso en el espíritu unas marcas que se cree indelebles.

     Salvaguardar la autenticidad del Sí mismo, es velar por no llegar a ser demasiado pronto un yo, es rechazar las cristalizaciones, a veces facticias, del proceso de constitución del yo al nivel que sea, es preservarse de llegar a ser demasiado deprisa algo de determinado que podría ser más fácilmente entregado al pasto de una sociedad ávida -y todas lo son poco o mucho- de nutrirse y de utilizarlos para sus fines propios. Es siempre posible mirarse de otro modo, actuar o sentir de forma diferente, ser algo distinto de lo que creemos ser o haber sido, siempre es posible sorprenderse. Toda articulación psico-mental implica un bloqueo que impide mantener la indeterminación viva que es la fuente de toda regeneración. Morir en sí mismo para volver a ser Sí mismo.


[1]  Nietzsche, Par-delà bien et mal, O.P.C. 7, tr. fr. Cornélius Heim, Paris, Gallimard, 1971, p.193 « Texto

[2]  Sobre la Querella de los Universales, cf. Étienne Gilson, La philosophie au Moyen-Age (1922), Paris, Payot, 1986. « Texto

[3]  Platón, Timée, 35a, in Oeuvres complètes, vol. 2, tr. fr. Léon Robin, Paris, Gallimard, 1950, p.450. « Texto

[4]  Platón, Parménide, 134b-c, in Oeuvres complètes, vol. 2, tr. fr. Léon Robin, Paris, Gallimard, 1950, p.204 « Texto

[5]  Cf. Spinoza, Ética ; Kant, Crítica de la razón pura ; Hegel, La phénoménologie de l'Esprit. « Texto

[6]  Heinrich Agrippa, De occulta philosophia (1531-1533); tr. fr. Jean Servier (La magie naturelle, céleste et cérémonielle), 3 vol., Paris, Berg International, vol. 2, 1981, p.77-79 ; Giordano Bruno, Cause, principe et unité, tr. fr. Émile Namer, Paris, Alcan, 1930, p.37. « Texto

[7]  Proclos, in Éléments de théologie, 103, tr. fr., Paris, Aubier Montaigne, 1965. Le neoplatonicista, fallecido en 485, es el primer filósofo cuya carta natal es conocida. Nació en bizancio (o en Rhodes) el 8 febrero de 412 (Sol 20° Acuario, Luna 17° Géminis, ASC 8° Aries, MC 5° Capricornio) : Cf. Otto Neugebauer & Henry Van Hoesen, Greek horoscopes, Philadelphia, American Philosophical Society, 1959, p.135 « Texto

[*]  *Nota de la Traductora: El autor realiza un juego de palabras, utilizando la frase francesa prêt-à-porter (preparado para llevar), que se utiliza en el mundo de la moda para designar la ropa de confección, y sustituyéndola por prêt-à-manipuler (preparado para manipular), insistiendo por tanto en la cualidad de manipulable de este nuevo tipo de hombre. « Texto

[8]  Étienne Pivert de Senancour, Oberman (1804), Paris, U.G.E., 10-18, 1965, p.446. « Texto

[9]  Platón, El Sofista, tr. fr. Émile Chambry, Paris, Garnier, 1969, p.80-83. « Texto

[10]  Platín, Parménides, tr. fr. Émile Chambry, Paris, Garnier, 1967, p.304. Subrayo los términos que se relacionan con el ternario Existencia / Esencia / Apariencia, según el orden de exposición de Platón. « Texto

[11]  Cornelius Castoriadis, "Contre le conformisme généralisé. Stopper la montée de l'insignifiance", in Le Monde Diplomatique, août 1998. « Texto

[12]  Cornelius Castoriadis, L'institution imaginaire de la société, Paris, Le Seuil, 1975, p.7. « Texto

[13]  Cornelius Castoriadis, Ibid., Paris, Le Seuil, 1975, p.406. « Texto

[14]  Cornelius Castoriadis, Ibid., Paris, Le Seuil, 1975, p.451. « Texto

[15]  Cornelius Castoriadis, Ibid., Paris, Le Seuil, 1975, p.383. « Texto

[16]  Cf. Cornelius Castoriadis, Ibid., Paris, Le Seuil, 1975, p.396. « Texto

[17]  Cornelius Castoriadis, Ibid., Paris, Le Seuil, 1975, p.400-401. « Texto

[18]  Incidentalmente Pascal negó la posibilidad de un encuentro entre el estado y el objeto, y mostro que no había un objeto adecuado a un estado dado, si no es el objeto último, el Dios de los cristianos, quien se confunde con todos los estados. La condición humana estaría esclavizada al divertimiento, es decir, a las pequeñas preocupaciones del ego y al aburrimiento de vivir, a ese estatus miserable del hombre privado de Dios. « Texto

[19]  Platón, Timeo, in Oeuvres complètes, vol. 2, tr. fr. Léon Robin, Paris, Gallimard, 1950, p.497. « Texto

[20]  Gottfried Leibniz, in Nouveaux essais sur l'entendement humain, II 1, Paris, Garnier-Flammarion, 1966, p.97. « Texto

[21]  Artemidoro de Éfeso (siglo II A.C.) sostenía ya que el elemento onírico tenía un significado preciso. Pero a ver en las obras de Carlos Castaneda, en particular El don del Águila (New York, 1981; tr. fr. Guy Casaril, Paris, Gallimard, 1982) y El arte de soñar (New York, 1993; tr. fr. Marcel Kahn, Monaco, Le Rocher, 1994), la noción de "cuerpo de sueño" y la distinción entre el ensueño y el sueño. « Texto

[22]  Sigmund Freud, Nouvelles conférences sur la psychanalyse, tr. fr. Anne Berman, Paris, Gallimard, 1936; 1971, p.227. « Texto

[23]  Gottfried Leibniz, in Nouveaux essais sur l'entendement humain, Paris, Garnier-Flammarion, 1966, p.38. « Texto

[24]  "De lo que he sido antes, no se da a continuación que yo tenga que ser ahora, si no es que en este momento alguna causa me produzca y me crea, por así decirlo, de nuevo, es decir, me conserve. (...) Es necesario pues, solamente aquí que me cuestione a mí mismo, para saber si yo poseo algún poder y aguna virtud, que sea capaz de hacer de alguna manera que yo, quien soy ahora, lo sea también en el futuro (...) pero no siento ninguna en mí, y por ello yo sé, evidentemente, que dependo de algún ser diferente de mí." (René Descartes, Méditations métaphysiques, tr. fr. 1661; Paris, Garnier-Flammarion, 1979, p.123). « Texto

[25]  Nicolas Malebranche, De la recherche de la vérité, VI 2.3, in Oeuvres, éd. Geneviève Rodis-Lewis, Paris, Gallimard, 1979, p.647. « Texto

[26]  Sigmund Freud, Métapsychologie, tr. fr. Jean Laplanche et J-B Pontalis, Paris, Gallimard, 1940; 1981, p.18. « Texto

[27]  Este ternario sólo se asemeja formalmente con el aparato psíquico freudiano - Ello (Es) / Yo (Ich) / Superyó (Über-Ich): el yo ne contiene necesariamente las connotaciones socio culturales, familiares y morales excesivas que el psicoanálisis atribuye al Superyó, y el Sí mismo escapa en gran medida a estas influencias.

Nota de la Traductora: En francés existen dos pronombres personales que equivalen al pronombre personal Yo español: Moi y Je. Éste último tiene como función acompañar siempre al verbo para poder distinguir la persona en la que es conjugado (elisión). Al no ser éste el caso del español, en el que no se distingue el pronombre Yo en dos palabras distintas, traduciremos "Moi" por "Yo" (mayúscula), y "Je" será traducido por "yo" (minúscula).« Texto

[28]  Michel de Montaigne, Essais, III 12, éd. Alexandre Micha, Paris, Garnier-Flammarion, 1979, p.270. « Texto



Referencia de la página:
Patrice Guinard: De lo Semiótico a lo Astral
http://cura.free.fr/esp/17semass.html
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